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domingo, 28 de noviembre de 2010

Lo que escupe el mar

Ha ocurrido un crimen terrible en la isla. Un macabro hallazgo en una idílica cala menorquina, ha llenado de desazón la tranquilidad rutinaria y pasmosa de la población: Una maleta roja con un cuerpo, presuntamente descuartizado. El hallazgo de tan horrible crimen fue producto de la búsqueda de dos hermanos que, fortuitamente, encontraron una maleta roja llena de orificios por donde se metían las alimañas a roer lo que quedaba y que estaba escondida en un torrente ubicado a pocos metros de la cala de Binidalí. La noticia -y perdonen el cliché periodístico- corrió como pólvora. En boca de todos estaba la pregunta ¿Quién ha sido? y seguido de ella ¿De dónde era el todavía sin identificar cuerpo y de dónde era el criminal? Pues una gran parte de la isla asumía que tanto víctima como criminal, no eran oriundos de esta pitiusa. ¿Dónde? ¿De dónde viene? ¿Es español o es de fuera? Interesaba tanto quiénes eran los actores de esta macabra historia, como de dónde provenían; nadie quiere pensar que en Menorca ocurren crímenes y menos que un menorquín cometa crímenes y si los comete, se queda todo en silencio. Nadie se mete en la vida de nadie, sólo se hace única y exclusivamente para "chafardear" de cosas futiles. En la isla, si ocurre algo, se lo lleva el mar... He escuchado muchas historias de gente mayor, de marineros y pescadores que cuentan cómo los cuerpos de adúlteras y algún adúltero o algún ladrón, han ido a parar a esos oscuros huecos que tiene el Puerto de Mahón, sitios desconocidos que sólo unos pocos conocen; sitios que se comentan poco y son como el Santo Grial: Se habla de él, se sospecha que existe, pero nadie lo ha visto. Esos escondrijos dan visos de mafia, es como un pacto, algo parecido a una sociedad secreta como (y salvando las distancias) los Skull and Bones. Esto es pequeño, muy pequeño, para gente como yo, Menorca es como una gran cárcel de puertas abiertas, pero de la que no puedes salir. Todos nos conocemos y todos sabemos las historias de todos; engañar, ocultar o acomodar las historias a nuestro favor, resulta complicado y aunque se guarde el secreto, más tarde o temprano te descubren, con el riesgo de que las miradas inquisidoras y de desprecio de los oriundos te hagan la vida imposible. Ese cuchicheo que te cae como la lluvia ácida, esas voces que caminan contigo al pasar, ése susurro de pecador que gira como el viento de tramontana cuando te sientas a alguna mesa a tomar algo, resulta terrible si no tienes el temple para aguantarlo o para no hacer caso...Es mejor guardarse de las malas formas o del comentario inoportuno o la verdad incómoda: En la isla o te amoldas a las reglas o lo pasas mal, muy mal. Es por ello que con este crimen, todos señalaron a alguien de afuera: A un forastero, un foraster como se diría en menorquín y para variar, quién más quién menos, señalaba o a un moro o algún sudaca, pues alguien de aquí sabría los escondrijos del mar y éste se lo habría llevado; tenía que ser alguien de afuera, pues a ninguno de aquí se le ocurriría un suceso, esta acción maldita con esta macabra teatralidad porque tarde o temprano sería descubierto. Los días se encargaron de desvelar el crimen: Un niño de ocho años, presuntamente descuartizado, fue guardado en la ya comentada maleta y en ella iban también las pequeñas cosas, tesoros y alegrías de su corta vida, algunos juguetes propios de su edad, recuerdos de un ser que se fue sin que nadie preguntara por él; César -así se llamaba el pequeño- fue un ángel a quien se le despojó de sus alas -pues todos los niños son ángeles de paso- por una mujer, presuntamente su propia madre, quien decidió arrancar una a una sus plumas irisadas, blancas e inocentes y escupirlas al mar...En algo acertaron: Efectivamente, la presunta asesina no es de aquí, pero es española, es una gallega: Mónica Juanatey Fernández, de treinta años de edad, madre soltera, con pareja y trabajo estable. El crimen ocurrió hace tres años y según contó a la policía, halló al chiquillo muerto en su casa y asustada, decidió esconderlo y meterlo en una maleta. Versión, dicho sea de paso, poco o nada creíble.

Pues sí, la mujer no es de aquí, no es menorquina...pero es española, no obstante, y a efectos de todos, es algo peor: es una forastera.

Forastera...Forastero...Son términos acuñados y oídos por mí constantemente. Puedes pasar cuarenta años viviendo aquí y sigues siendo es foraster . Difícilmente te puedes quitar esa mancha. Da igual que aprendas sus costumbres, da igual que aprendas sus exquisiteces culinarias, las maneras y modos de vestir y comportarte o que aprendas a hablar su idioma como lo he hecho yo. Es igual. No interesa lo que hagas, seguirás siendo un forastero y llevas esa marca imborrable igual a la que porta el Diablo.

Este suceso ha sacado muchas cosas del innombrable bolsillo de la intolerancia: una solapada xenofobia, un mal disimulado racismo que se guarda bajo la diplomática figura de la sonrisa forzada para evitar lo políticamente incorrecto. Desde luego, también ha sacado la respulsa por este crimen, eso sin dudarlo y el odio desmedido a la supuesta causante de todo esto: Mónica Juanatey. La gente está consternada, dolida, triste, eso no se pone en duda. Todos nosotros, de cualquier condición, estamos muy afectados, pero terrible panorama nos esperaba a los de afuera, si el crimen llega a ser cometido por un moro, un sudaca o un negro. Nos podíamos ir preparando. Igual pasó con un violador en serie que asoló durante varios meses las calles de la isla y que actuó también por la zona donde yo vivo, dejándome el alma en vilo preocupada por mi hija por si éste malnacido le hacía algo. Las mentes pías imaginaron a este Lucifer negro, moro o con cara de Tupac Amaru, por sus rasgos indígenas, sibarita, epicúreo, malnacido sin oficio y sin beneficio, pero al final lo que se supo de este violador es que...es menorquín.

Todo un estudio llevaría analizar la reacción de las personas que vivimos en una isla tan pequeña como ésta, cuando ocurren sucesos de este calibre. Es como un tsunami de sensaciones y estados de ánimo que nos sacan a todos de la maquinaria bien aceitada que es la pesada y terrible rutina menorquina. Un maquinaria que se encarga de aceitar sólo una élite, como un cuerpo cardenalicio que impone su ley. No hace falta señalarlos ni decir quiénes son ni dónde están, todos lo sabemos, en los pueblos hay un cardenal o cardenales que son los aladides de la rectitud y de la ocultación de las malas e incómodas verdades, por eso este crimen, que ya resulta amargo e incómodo per se a medida que vamos conociendo los detalles y las circunstancias, nos deja a unos cuantos también la amarga desazón de no estar integrados por más que lo intentemos, cuando se sospecha de "los afuera" cuando ocurren estas cosas y que hay más mierda estancada que no se remueve para no molestar o no molestar a ese cuerpo cardenalicio que duerme. De todo esto, lo único que me queda es compasión por ese chiquillo, me da igual si era de aquí o de fuera pues, y parafraseando al poeta Andrés Eloy Blanco, "cuando se tiene un hijo, se tiene a todos los hijos del mundo" y siento a César como mío y si pudiera, intentaría colocar una a una sus alas y lo acunaría y le diría lo maravilloso y especial que fue, y que ha sido importante para muchos...De la madre, sólo me queda decirle, que será mejor que se vaya de la isla, que el mar ha escupido su mal hacer, su maldad y que si sigue aquí, el mar de desprecio se la tragará y será absoluta y totalmente insoportable su existencia hasta el punto que pedirá morir, porque será un Infierno peor que el de Dante; pues si algo se sabe hacer en Menorca, es execrar y en este caso, está más que merecido.