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viernes, 5 de septiembre de 2014

La música de nuestra vida: Adiós Cerati

Durante la tarde-noche de ayer (hora española) una noticia estremeció los ánimos de aquellos latinoamericanos de entre 35 y 55 años: La muerte de Gustavo Cerati, fundador, líder, vocalista, compositor y mano santa de Soda Stereo. Ha sido una conmoción de tristeza, pese a que ya sabíamos que el desenlace podía ser de un día para otro, sin embargo, todos guardábamos la secreta y débil esperanza, de que cualquier día despertara, pero no fue así...Para mi generación, aquella generación de mi edad, que creció en la convulsa Suramérica y que se afanaba por alcanzar lo inalcanzable, los Soda Stereo, y en particular Cerati, se convirtieron en la banda sonora de nuestras vidas, de nuestra juventud. Era esa voz inconfundible, ese semblante de chico triste y tímido, con esos rizos castaños alborotados, los que un día cualquiera nos despertaba para ir a estudiar o trabajar y hasta a amar. Recuerdo como si fuera ayer, aquel sábado que salí sola a bailar y me encontré de repente, sin comerlo ni beberlo, agarrada del talle de un chico guapísimo, con los mismos 20 años locos que yo (él, unos más) que me hablaba de lo guapa que era y que qué labios y piel más bonita tenía. Yo reía sin vergüenza y complacida, pues él  había dejado a sus amigos aparte para estar sólo conmigo, incluso dejó a una chiquita rubia muy linda, que parecía su novieta, sólo para disfrutar de la noche a mi lado.Y, de repente...surgió el milagro. Los acordes inconfundibles de Música Ligera nos hizo mirarnos a los ojos en un acto de complicidad, al tiempo que él levantaba un dedo y me decía sin palabras "¿Lo oyes? ¿Lo oyes?" y el local del Greenwich en Caracas, ese icónico bar, estrecho y a media luz y abarrotado de gente, se vino abajo. Todos empezamos a cantar al unísono, desgañitados, desmelenados, una a una, palabra a palabra, como una suerte de conjuro mágico juvenil, de esa juventud que no quieres que se acabe. Fue un momento mágico, en el que todos éramos diferentes pero a la vez uno.Y cayó el recuerdo de ese beso robado, profundo, con una seña de identidad inolvidable, de esos labios dulces y un aliento a fruta, de un chico que me sobrepasaba en estatura, delgado, desmelenado y con un acento argentino inconfundible quien, de repente, y en el éxtasis de la noche me dice: "¡Seguro me cruzás la cara después de esto!" y decidido, me dio el beso del recuerdo. Me levantó en volandas y me sentó sobre la barra del bar, pues ni yo podía estirar más la cara ni ponerme más de puntillas ni él podía inclinarse más. Fue un instante impagable. Un beso bajo los acordes y la voz de Cerati y el final de la canción coincidió con nuestras miradas cómplices de risa: No sé cuantos besos me dio, pero no se cansaba de dármelos ni yo de recibirlos  Esa fue la magia de Soda Stéreo y de Cerati: Unir a toda una generación entre los acordes de nuestra  irrefrenable latinidad, de sentirnos bien con canciones cantadas en nuestro idioma y con nuestros modismos, de allí la tristeza de muchos y de todos con su muerte. 55 años de vida intensos que han dado para mucho y que han logrado sacarnos la energía para vivir y amar...Aquella noche del Greenwich terminó con ambos caminando por toda la avenida, bordeamos la Plaza Altamira, cogidos de la mano, dándonos besos huérfanos y amaneció de repente; el sol nos descubrió sentados sobre la acera, yo con los zapatos de tacón en la mano y él sin esa corbata que le apretaba...así con nuestras cabezas juntas, vimos el sol salir en Caracas. Camilo, que así se llamaba, me fulminó de deseo con unos ojos verdes intensos y me soltó con picardía: "¿Nos vamos? ¿O nos quedamos?", yo sabía lo que deseaba, pero yo debía trabajar esa mañana y, la verdad, no estaba preparada para lo que él quería. Estuve preparada muchos, pero muchos años después. Le cogí la cara y le di un beso de despedida y sin decirle nada, sin decirnos nada, me fui alejando de él mientras me miraba consternado. El metrobús pasaba ya cerca de mi para cogerlo y antes de subirme a él, Camilo corrió a dejarme una tarjeta con su número de teléfono. La guardé, pero cuando la busqué para llamarle nunca la hallé: nunca supe dónde diablos la dejé o cómo la perdí. No supe más de él, sólo me quedó el recuerdo de esa noche dulce y asocio siempre a Cerati con sus besos, gracias a él, a Cerati, Camilo me dio el beso y la noche mas dulce y alegre de mi vida. Gracias Cerati, hasta siempre, ojalá y estas gracias lleguen allá, en donde quiera que estés...