Seguidores

lunes, 28 de octubre de 2013

Ese vicio de tomar fotografías

     Cuando estudié la carrera quedé con un oficio frustrado: Dedicarme exclusivamente a la fotografía. Soy fotógrafa, pero era una fotógrafa del momento: tomaba la foto por exigencias del guión. Por usar un símil, algo así como algunas actrices y actores cuando se les pregunta por tal o cual desnudo y por qué lo hizo y, sin inmutarse, responden mecánicamente que "así lo pedía el guión". Pues yo tomé fotos por exigencias del guión: sacar a como diera lugar la noticia o lo que hubiere con su imagen correspondiente.
No soy una fotógrafa de grandes "luces" (nunca mejor dicho) pues no investigué más allá de lo real y prácticamente necesario. Una frustración aupada por un profesor barbudo-comunistoide-charlatán, que de enseñar bien poco y de hablar chorradas muchas. También es verdad, que cuando yo inicié la carrera, eso de dedicarse a ser fotógrafo requería y era menester tener un buen bolsillo: Una cámara réflex con todos sus accesorios resultaba costosa, pero lo era aún más revelar los carretes o rollos y si así te dedicabas al oficio, también era importante tener tu propio laboratorio, con lo cual era ya una factura muy larga por una inversión que no se sabía si daría sus rendimientos. Con esto también te arriesgabas a gastar muchos y muchísimos carretes mientras practicabas y afinabas con el oficio. Eso, sumado al poco entrañable recuerdo de mi profesor, me dejó un sabor agridulce por no dedicarme al oficio como yo quería o me hubiese gustado. Como cosa extraña, siempre congenié (y mucho, muy bien) con mis compañeros fotógrafos. Me sentía a gusto con ellos. Siempre recordaré los bonitos momentos en El Nacional, cuando hice mis humildes pinitos en Caracas. Orlando Ugueto, Pepe Grillo, Ernesto Morgado, Ernesto Sardá por nombrar a algunos...y toda la gente del departamento de fotografía que me recibió con mucho cariño. También recuerdo a los compañeros fotoperiodistas de Maracaibo, algunos no valorados justamente. Llegué a apreciar muy buenos trabajos que quedaban relegados al archivo porque al "jefe/a" de turno, consideraba que la foto que valía era la "foto-carita", ese cliché de fotomatón, simple, manío, sin chispa, en donde sólo se ve la cara del entrevistado...algo así como un polvo rápido y sin gracia, en eso se convertía esa malaya "foto-carita" que deslucía hasta el reportaje más (y valga la rebundancia) superlativo. Quedé pues, con la frustración de dedicarme más a ello.

    Yo siempre he sido muy fantasiosa y me imaginaba siendo una suerte de Valentina de Guido Crepax, pero la vida te guía por otros derroteros. La cuestión es que desde que se digitalizó la imagen, muchos de nosotros nos hemos convertido, sin querer, en fotógrafos de nuestro tiempo. Las cámaras de los móviles cada vez con mejor calidad de imagen y el hecho de poder tomar una y otra vez la misma foto sin las consecuencias de gastar y gastar en carretes y en revelado, ha hecho posible que se "democratice" este oficio. Sin embargo, el democratizar también convierte lo sublime en vulgar. Es cierto, que hay usuarios muy buenos que ruborizan al más veterano, por la calidad de la toma y la acertada composición cuando exponen su foto a ojos de los demás, pero este arte cada vez vale menos y cada vez se requiere de un esfuerzo sobrehumano para dedicarse a ello (y vivir de él) y eso que ahora resulta mucho más barato que antes. El ejemplo de esto son las compañías que se dedican al microstock: pagan ínfimas cantidades por imágenes que posteriormente pueden que queden libres de las regalías o royalties. Cada vez se paga menos por una imagen, por una foto...Hoy día solo se reconocen trabajos de fotógrafos ya consagrados como Annie Liebowitz (Premio Príncipe de Asturias 2013), Mario Testino (fotógrafo de estrellas y de la socialité), David LaChapelle y así por mencionar a los más nombrados. Difícilmente una persona común y corriente consiga un buen mecenas que aúpe su labor o que logre dar con la plataforma adecuada para que su trabajo sea tomado en cuenta. ¡Qué les voy a contar a vosotros! pues, probablemente, algún profesional o aficionado lea estas líneas.

    Es cierto que para sobrevivir en este mundo de la imagen, hay que hacer ciertas o muchas concesiones. Me he llegado a ganar mis dinerillos haciendo algún boudoir o alguna malaya y consabida "foto-carita", pero cada vez se paga menos por algo que ya muchos "saben" hacer; se pide inmediatez en vez de convertir la luz en arte y es que ahora todos somos unos iluminados porque llevamos consigo un megamóvil y nos dedicamos a tomarnos fotos de nosotros mismos...si lo viera Robert Capa...

Maruja desempleada e invisible

¿Cómo me presento? A ver, tengo 38 años, madre, ama de casa, esposa...y desempleada, además de eso, poseo una licenciatura en periodismo, soy fotógrafa, empecé a trabajar en esto de contar historias y noticias con dieciséis años, he cubierto todas y cada una de las fuentes periodísticas, he sido corresponsal de guerra y hasta chica del café (si, eso que hacemos todos cuando somos noveles en esto: aguantar las malas formas y malos haceres de algunos "veteranos"); me reciclé para el sector turístico y he trabajado para varias compañías. Sirvo para un roto como para un descosido: sé bordar, tejer, coser a máquina, sé utilizar un torno industrial, he trabajado en granjas de animales y como peón en las mismas, sé pintar, limpio casas y oficinas, sé cocinar y hacer pasteles. Domino algo de fontanería, hablo inglés, catalán y entiendo y hablo algo de italiano y portugués, actualmente aprendo alemán, soy proactiva y organizada, busco soluciones en vez de fijarme en el culpable del problema...pero aún así, sigo desempleada...e invisible.

     Si: eso, me he vuelto invisible. Una vez que te casas en este país, pierdes visibilidad , una vez que entras aquí, entras en un estado de cosas que te hace perder valía y hasta dignidad y ni hablar cuando se decide tener hijos: es tu expulsión total del paraíso laboral...Es decir: mujer y madre, parece que no es una buena dupla para encontrar trabajo y te convierte en candidata idónea para no existir.
Ahora, en mi situación de absoluta invisibilidad, me he vuelto no sólo ácrata y escéptica de todo y con todos (¡ojo!, no quiero con esto concitar las más bajas pasiones aprovechando mi coyuntural enfado, arrechera suprema, diríamos en mi país de adocpión), sino que en mi total y absoluto karma de rabia, me he sentido impelida a escribir esto después de muchos meses en silencio.

     Me siento enfadada, indignada y, sobretodo, impotente. Sé que mi realidad no dista de las muchas historias que día a día se oyen, cada una y cada cual más cruel y más miserable, pero me resisto a creer que una mujer como yo, sana, en lo mejor de su edad, con experiencia y con disposición a trabajar, se le cierren las puertas laborales. Es justo también decir, que vivo en una insufrible isla de 45 kilómetros de ida y vuelta llamada Menorca, cuyo único encanto son las playas...y los suicidios. Hay aquí una extraña enfermedad que hace que la mayoría de las familias tenga en su haber algún miembro que se haya quitado la vida y quien más quien menos y cada año, se oye algún caso de suicidio (por cierto, tema absolutamente tabú en la prensa). La vida contemplativa de Menorca es absolutamente tediosa e insufrible. Sé que algún menorquín me leerá y me dirá: "pues si no te gusta, coge una avión y te vas". Sí, eso estoy haciendo, pero mientras no tenga empleo poco puedo hacer, porque como no sea coger el coche y tirarme al mar, mal lo tengo...

     En fin, la cuestión, es que aquí hay una suerte de conchupancia en la que los trabajos están repartidos y está quien está y no se quitará de la silla (ni lo quitarán) por muy malo y mediocre que pueda ser en el desempeño de sus labores y por mucho que yo lo haya intentando aquí, ni suerte (y ya ni ganas) me quedan. España es una nación que ha tenido muchas cosas buenas, pero desafortunadamente ha vaciado lo mejor de sí misma y ha dejado lo peor. Lo mejor se esta yendo con una maleta llena de frustraciones, rabia y deudas encima. A españoles de nacimiento y a españoles de adopción, no nos queda de otra (y, por lo visto, no nos quedará otra alternativa en el futuro) que seguir haciendo maletas para encontrar un trabajo que nos haga hacer nuestro nido, un nido que tendremos que dejar semi vacío o vacío, según se tercie y dejar a nuestros cachorros al cuidado de otros para intentar darles lo mejor.

     He sido toda mi vida inmigrante, esta no será la primera vez que haré la maleta, no le tengo miedo al cambio, pero sí me indigna que no se sepa valorar todo lo que he aprendido en mi vida y la fortaleza y ganas que tengo para trabajar. Me indigna de que se me hayan cerrado tantas puertas sin haber siquiera haberme permitido poner a prueba mi valía, me indigna que se me recuerde por las denuncias que he tenido que hacer en este país y los procesos judiciales que he tenido que enfrentar, por los insultos racistas y xenófobos que he padecido un día sí y otro no. Me indigna ir a la oficina de empleo (¡vaya nombre irónico) y comprobar que mi perfil no encaja con nada o, sencillamente, no lo quieren hacer encajar.

     España está cubriendo sus miserias convirtiendo a los ciudadanos en mendigos de segunda que a lo único que pueden aspirar es a una subvención, una ayuda o ir a Cáritas (bendita sea Cáritas, pues sin ella muchas familias no tendrían ni para vestir ni para comer), pues no todos tenemos el ingenio repentino ni una mente superlativa y privilegiada que dé con la idea o el negocio de nuestras vidas. Unos, sólo aspiramos a buenamente poner un plato de comida a la mesa y sentirnos satisfechos al final del día por un trabajo bien hecho y bien recompensado. España es una nación hermosa y fuerte...pero que no ha sabido gestionar su casa.

    No me puedo quitar la palabra "indigno" de la mente, es una constante y está asociada a frustración e impotencia. Para poder aspirar a algo aquí debes mendigarlo, ser maltratada (o parecerlo), ser de un grupo en exclusión (colectivo LGBT, por ejemplo), ser madre soltera, feminista recalcitrante o santurrona de misa y así un largo etcétera...una persona normalita como yo, madre, de mediana edad, dos hijos y casada, con una licenciatura y con la única aspiración de trabajar, se queda fuera de la foto, porque soy invisible: no existo ni para las estadísticas ni para los políticos, sólo soy una maruja quejica que harta de ser invisible, se ha puesto a escribir.